viernes, 26 de octubre de 2012

ALEGRE SUICIDIO -versión 2012- (de A. Bertran)


Dedicado, amargamente, al que espera un nuevo día.


Lunes de invierno, seis de la mañana. Suena el despertador sin derecho a disfrutar de esos cinco minutos más. Se levanta, va al baño, se lava la cara, va a la cocina y se prepara un buen desayuno. Zumo de naranja natural recién exprimido, tostadas con tomate y aceite y unas lonchas de jamón dulce, un café sólo y, una vez devorado todo, coge un vaso y se sirve un par de dedos de whisky. Va hacia el cuarto, se viste, va al baño, de nuevo, y se lava los dientes, vuelve al cuarto a por su cartera y sus llaves, le da un beso a su pareja y se va al trabajo. Sabe que será un día duro. Se podría decir que ésta es la cruel historia de la alegría, la misma historia de cada día.


Está sentado en la terraza del bar que frecuenta habitualmente tomando una Voll-Damm mientras espera a su amigo, con el que queda habitualmente. Hablan, se ponen al día sobre sus respectivas jornadas, sobre como les va con la pareja, sobre los productos que van mejor para esto y sobre los productos que van mejor para aquello, sobre el resultado del domingo, sobre la calidad nefasta del arbitraje del sábado, sobre fiestas, drogas, mujeres y problemas de insuficiencias renales. Después de tanta saliva malgastada en temas sin ningún tipo de interés y de emborrachar sus conversaciones a base de tragos y más tragos, empiezan una conversación un tanto críptica para los oídos sobrios. Después de dos horas de charlas y botellas, paga, se despide de su amigo y coge rumbo al piso, pensativo. “¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Soy feliz en mi rutina? ¿Existe la alegría en este zoológico al que le llaman sistema?”, pensó.

Abre la puerta de su casa y, en el mismo instante, le suena el teléfono móvil.

-¿Diga?... Bueno… La verdad, estoy muy cansado de este jodido día y mañana madrugo… Está bien, me pasaré un rato… Venga, hasta ahora.


Llega al parque de su barrio, saluda a su gente. Amiguetes de barrio. Abre el litro que le pasan, bebe, lo pasa, comenta alguna jugada del fin de semana, se lía un canuto, lo enciende, le da unas caladas, lo rula, le dan el litro de nuevo, sigue bebiendo, hablando, fumando, le pasan una bandejita con unas flechas pintadas, inhala, sigue hablando, bebe otro trago, le pasan el canuto, le da un último calo, lo tira al suelo y lo pisa, hablan, ríen, se acaban el gramo y se van yendo poco a poco cada uno para su respectivo apartamento. La rutina de siempre. Camino al domicilio, con las manos en el bolsillo y cabizbajo, piensa: “¿De qué me sirve currar? ¿Para ganar dinero que me ayude a sobrevivir y a llegar a final de mes? ¿Para ganar dinero que me fastidie y me consuma poco a poco mi salud? Odio el mundo, la humanidad y sus vicios y sus virtudes, me odio a mí mismo. ¡Odio la vida de los mortales!”.

Una vez en casa, se extiende la paranoia. Encerrado en su habitación, sólo. Su pareja curra en turnos de noche en el Hospital de Sant Pau. “Estás enfermo y cada vez estás peor”, le dice una voz en su cabeza. Gritos y llantos. Dolor y angustia.

-Cállate!, Joder… -chilla- Si te doy todo lo que quieres. Te doy el veneno que me pides a diario, mis venas son tu venas… -continúa entre sollozos- ¡Lárgate ya de mi puta cabeza!
-Es triste saber que poco dinero vale nuestra amistad, ¿verdad? –sigue la voz.
-Mierda…

Abre un cajón de la mesita de noche y saca un viejo revólver Taurus Modelo 605 de su padre y amenaza a la extraña voz apuntándose a la cabeza.

-¡Cállate de una puta vez! –continuó agonizante.
-Si es que aún esperas felicidad o libertad en el planeta, búscala, idiota, más allá de las estrellas, más allá del universo.
-Oh, mierda…

Sonó un disparo que asesinó el silencio. Se desplomó, sin sesos, en aquella habitación roja.

***

Ya no le utilizaron ni le ridiculizaron por un mísero salario. Depresión y adicción eran olvido para él, se fugaron de su ser en busca de inocentes e inconscientes víctimas. Nada ni nadie le sonrió nunca en cada uno de sus eternos días, los cuáles, podrían haber sido extraordinarios, pero no lo fueron. En cierto modo, él era el responsable de que las cosas le fueran como le fueron.



Idea original escrita por A. Bertran en BARCELONA, 2008.
"Remake" escrito en EL PRAT DE LLOBREGAT, octubre 2012.



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viernes, 19 de octubre de 2012

EL HUEVO (de A. Bertran)

Me hicieron sensible, frágil, aburrido y asustadizo. Estuve preso, a oscuras, la mayor parte de mi vida. Viví encerrado y con muchos temores. Temor a caducar. Temor al exterior de mi celda y temor al interior de mi celda. El caso es que el otro día pedí ampliar, por mi propia voluntad, mi condena a cadena perpetua cuando sólo faltaban tres días y medio para finalizar mi encarcelamiento, para salir en libertad. Bueno, una libertad relativa. Antes de realizar la propuesta de quedarme me pasaron muchas cosas por mi cabeza. ¿Cuánto tiempo aguantaría sin que me comieran?, ¿qué haría un tipo como yo, tan flácido, más de diez minutos allí fuera? Seguro que me helaría y perdería la forma de mi cuerpo que aquí me he forjado. Puestos a estar por estar, dentro estaba sólo y tranquilo.  Me gusta la soledad. Pensad que allí fuera se matan por un trozo de pan y por el arroz y por el tomate.

Al día siguiente me contradije. No tardé en arrepentirme de mi decisión y, a falta de dos días para finalizar mi condena, me concedieron la libertad condicional. Salí de mi jaula y, aunque con dudas, decidí fugarme. Hice un corto recorrido por aire, tierra y mar. Un mar hirviente. Me puse caliente, muy caliente, y, contra mi propia voluntad, acabé frito y devorado por un ser escuálido que me observaba fijamente. Nunca antes había visto una mirada tan famélica. Me convertí en el protagonista que la diñaba en una película de terror de serie B. Mis temores se hicieron realidad. Débil, arrugado y digerido. Así terminé. Pero esos segundos de libertad ya no me los volverán a arrebatar. Una vez, vale, pero no más. Ahora, ese parpadeo de tiempo, ese instante en que me sentí libre, forma parte de la historia y de mi memoria, actualmente frita y defecada.



Escrito por A. Bertran en El Prat de Llobregat, octubre 2012.



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